Veintiocho de septiembre de 1947. Con cinco años recién cumplidos, recuerdo el desastre más grande conocido en el pueblo de Santomera: un diluvio que cayó en varios municipios se dirigió hacia Santomera porque los cauces naturales iban en esa dirección. Era tal la cantidad de agua que caía, que, del patio de mi casa, que estaba más alto, se metía hacia adentro. A mi madre no se le ocurrió otra cosa que encauzar el agua hacia un algibe que había en la entrada, sin pensar que no estaba enlucido.
Mi padre, que llegó en esos momentos, al darse cuenta del peligro que corría la casa si los cimientos cedían, salió al porche, cogió la azada y rompió los portales. Acto seguido abrió una zanja y guió el agua hacia la puerta de la calle. Como seguía lloviendo intensamente, el agua se colaba por el tejado y caía por toda la casa. Mi padre tuvo que hacer zanjas desde los dormitorios hasta la entrada, formando una cruz. Esto lo pudo hacer porque el piso de la casa era de tierra natural, y así podía salir el agua.
En lo más hondo del pueblo, justo al pasar la carretera Murcia-Alicante, existía una pared que cercaba una finca. Esta pared disponía de huecos en su parte baja para el desagüe del agua de lluvia, pero, debido a la cantidad que caía, eran insuficientes. Comenzó a subir el agua y, como si de un embalse se tratara, fué subiendo el nivel hasta ponerse el agua en la calle anterior a la nuestra.
La mayoría de las casas estaban construidas con adobe, y, al subir el nivel del agua, los bajos de las paredes se fueron reblandeciendo. Cuando el agua de la rambla entró en el pueblo, la pared del cercado no pudo aguantar la presión, y se derrumbó. Al derrumbarse la pared, el agua bajó su nivel formando una corriente, la cual fue derrumbando las casas haciendo un efecto dominó. Fueron varias las personas que murieron ahogadas, según versiones entre once y catorce. También se ahogaron numerosos animales.
La mayoría de las casas estaban construidas con adobe, y, al subir el nivel del agua, los bajos de las paredes se fueron reblandeciendo. Cuando el agua de la rambla entró en el pueblo, la pared del cercado no pudo aguantar la presión, y se derrumbó. Al derrumbarse la pared, el agua bajó su nivel formando una corriente, la cual fue derrumbando las casas haciendo un efecto dominó. Fueron varias las personas que murieron ahogadas, según versiones entre once y catorce. También se ahogaron numerosos animales.
Gran parte del pueblo quedó derrumbado, un desastre tan grande que, después de la desgracia, se daban gracias a Dios por la hora en la que vino, fue a mediodía. De haber venido por la noche, la desgracia habría sido mucho mas grande. Lo más lógico, de haber venido por la noche, es que los vecinos se refugiaran dentro de las casas sin pensar lo que podía venir. Pero las familias se daban cuenta del peligro que corrían y de una forma o de otra se iban pasando a la otra parte del pueblo.
Aunque la guardia civil se oponía a que los vecinos pasaran a la parte inundada, por el peligro que corrían si cruzaban la corriente, éstos, haciendo caso omiso y exponiendo sus vidas, se arriesgaron, y, echando cuerdas y haciendo todo lo que podían, evitaron que el desastre humano fuera mayor.
Las autoridades locales, provinciales, y nacionales se pusieron pronto en marcha. En pocos años el devastado barrio pasó a ser el mejor barrio de Santomera. Con sus calles anchas y las casas con dos alturas, el barrio de La Mota pasó a llamarse, Las Casas Nuevas.
Aunque la guardia civil se oponía a que los vecinos pasaran a la parte inundada, por el peligro que corrían si cruzaban la corriente, éstos, haciendo caso omiso y exponiendo sus vidas, se arriesgaron, y, echando cuerdas y haciendo todo lo que podían, evitaron que el desastre humano fuera mayor.
Las autoridades locales, provinciales, y nacionales se pusieron pronto en marcha. En pocos años el devastado barrio pasó a ser el mejor barrio de Santomera. Con sus calles anchas y las casas con dos alturas, el barrio de La Mota pasó a llamarse, Las Casas Nuevas.