Las paredes estaban enlucidas de yeso, pero a lo basto, como revocado. Las habitaciones no tenían puertas, mi madre les puso cortinas a todos los huecos y a las ventanas, los techos que estaban tejados con teja tipo arabe estaban colocados en cama de barro sobre un tejido de cañas que se hacía por encima de las maderas. Como por la parte de abajo no estaba enlucido, por la noche, cuando estábamos acostados, los gatos, aprovechando la noche, se dedicaban a correr por encima de los tejados en busca de pájaros, aprovechando que éstos se encontraban en los nidos. Con las uñas levantaban las tejas para buscarlos, y, al mover las tejas, se desprendían terrones de tierra hacia abajo y, a veces teníamos que taparnos hasta la cabeza.
El otro dormitorio recuerdo que tenía dos catres, uno a cada lado de la entrada, en los cuales dormíamos mis dos hermanos y yo. Al fondo, detrás de los catres en el ángulo de la derecha, se encontraba una chimenea de leña, la cual servía, además de para calentarnos, para cocinar las comidas. También recuerdo la artesa de amasar el pan sobre su pie, su tabla y sus "cesneras" para cerner la harina.
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