Pasaron más de quince meses desde que me licencié, cuando se presentó en mi casa un compañero de la mili, me ofreció la plaza de conductor que él tenía, porque se iba a dedicar a otra cosa; yo, como tenia ganas de conocer ese oficio, acepté su oferta y cambié la paleta que tenía por el volante.
El camión era un Avia de 3.500 kilos sin vasculante, y cargaba unas veces cemento y otras yeso o ladrillo; el caso es que tenía que mover yo solo más kilos en un día que en la construcción en un mes.
Un año tardé en darme cuenta de que el camión no me beneficiaba en nada, que lo que estaba haciendo era entorpecer mi carrera de la construcción, y, a parte, que con el camión trabajaba por la noche y por el día para ganar lo mismo que en la construcción.
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