
Mi hermano habló con el encargado de la finca para ver si yo podía trabajar en ella. El encargado habló con el dueño y éste le dijo que sí; la finca era muy grande y quedaba mucha uva por cortar, las lluvias habían comenzado y la uva empezaba a deteriorarse. Tuve que presentar mis papeles, en los que aparecía como porteador, o sea para sacar la uva que los otros cortaban; y así mismo seguí en esa finca.
Cuando se terminó la campaña y nos pagaron, después de hacer el recuento de lo que habíamos cobrado y lo que habíamos pagado por la comida, el resultado fue el siguiente: a mi hermano le habían quedado cuatro mil pesetas aproximadamente, y a mí, unas siete mil. Pensé yo que la diferencia entre lo que nos había quedado al uno y al otro era demasiado grande; su trabajo había sido cortando y el mío, sacando la uva hasta donde estaban los carros. Mi hermano estaba casado y con un hijo, y yo estaba soltero; la diferencia de situación entre los dos era bastante considerable, a él le hacía falta el dinero, pero a mis padres también les hacía falta para pagar cosas pendientes de atrás.
Me puse a pensar y llegué a una conclusión, le daría a mi hermano mil pesetas, que junto con las cuatro mil sumarían cinco mil, y yo, que había ganado siete mil, llevaría a mi casa seis mil. Así no habría esa diferencia tan grande. Se lo expuse a mi hermano y él me contestó: "tú haz lo que quieras, el dinero es tuyo"; y así lo hice, pero le puse una condición, que mis padres no se enteraran de que le había dado mil pesetas. El aceptó y así se hizo. Pero, pasado algun tiempo, a mi hermano le remordía la conciencia de no haber dicho a mis padres aquello que yo le puse como condición y un buen día se lo dijo a los dos, y todo quedó en risas entre todos.
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