Mi tía Dolores me abrió la puerta después de haber llamado yo como lo hiciera otras veces. "Pasa hijo" me dijo; pasé y me senté junto a las dos en la mesa de camilla. Estaban cenando y recuerdo perfectamente lo que cenaban, un huevo pasado por agua y un vaso de leche.

Pasados unos días mi padre me dice: "Juan, me ha dicho la tia Dolores que, si quieres hacerte la casa en el pueblo, te da el solar que le queda para que te la hagas allí; si te decides, no le tienes que decir a nadie que te lo ha dado ella, pues consta que te lo he dado yo porque ella me lo ha dado a mí".
Así pues, acepté y comencé a hacer la casa en aquel solar, dando la fachada principal a la calle Espronceda, y, la lateral, a la calle San Rosendo. Dos años tardé en construirla.
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