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lunes, 22 de noviembre de 2010

POCOS DIAS DESPUES

Convocó al Consejo Rector una noche, y nos reunimos los dieciséis miembros que componían el Consejo Rector. Como único punto del orden del día, era aclarar lo de los diez mil kilos de limón podrido. El presidente, después de abrir la sesión, me pidió una explicación sobre el tema.

Yo le dije que llamara al oficinista y que trajera los libros de entradas y salidas. Se levantó y lo llamó. Entonces le dije al oficinista: "dime los kilos que han entrado de primera y los que han salido, y de segunda igual". Al oficinista se le cambió el color de la cara. Abrió el libro y empezó a leer; en primera habían salido cuatro mil kilos más de los que habían entrado, en segunda habían salido cinco mil kilos más de los que habían entrado. Entonces, dirigiéndome al presidente, le dije: "Entonces, si han salido nueve mil kilos entre primera y segunda más de los que han entrado, ¿me quiere decir, señor presidente, de qué categoría de limón han salido los diez mil kilos de podridos?"
Naturalmente que había tirado diez mil kilos de limones podridos, pero de la partida que había entrado de cítrica. Todos los consejeros se quedaron mirando al presidente, y uno le dijo: "¿para esto nos has convocado?"
Desde entonces el presidente y yo no compaginábamos bien, le había dejado en ridículo delante de todo un Consejo Rector, y eso no me lo iba a perdonar nunca.
En la segunda quincena de Octubre, me propusieron un trabajo para ganar doscientas mil pesetas mensuales; le dije al que me lo propuso que en pocos días le daría la contestación. Yo ganaba en la cooperativa cincuenta y cinco mil pesetas mensuales, y le propuse al presidente que me subiera el sueldo a setenta mil pesetas. Este convocó al Consejo Rector para debatir mi propuesta, y decidieron que no; y así me lo comunicó el presidente.
Con aquellas palabras del presidente, que a mí me sonaron a despido, me fui al teléfono, hice una llamada y confirmé mi nuevo trabajo.
El día dos de Noviembre, Sábado, cobré el mes de Octubre y trabajé, dando instrucciones a la encargada de las mujeres y al chaval que iba a quedarse en mi puesto para que siguieran funcionando sin necesidad de que yo estuviera con ellos. No obstante, cuando venía los Viernes casi de noche, antes de llegar a mi casa, pasaba por la cooperativa para ver si todo funcionaba bien o si tenían algún problema.
Haciendo las cosas de corazón, como yo las hacía, no podía estar tranquilo hasta que tuve la certeza de que ya no me necesitaban.

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